Screenshot de "The Streets of Rome during the Quarantine" | The New Yorker en youtube
Extracto del texto "Espacios Suspendidos: addendum" de 2013. El texto completo puede leerse en la entrada: https://www.patrickljaimes.com/post/espacios-suspendidos-addendum (...) ¿Qué es lo que provoca que la idea del abandono sea tan explorada y explotada? ¿Por qué la imagen de un lugar desierto, erosionado y derruido resulta tan seductora para tantas personas, en tantos entornos tan distintos? La idea de abandono, potenciada por el carácter directo y primitivo de la imagen, parece provocar una serie de reacciones también primales en el espectador, muchas de las cuales adquieren una potencia aún mayor en el entorno de incertidumbre mundial que vivimos. No es una casualidad que incontables series de televisión, películas y cada vez más series fotográficas, además de movimientos como el Urbex (exploración urbana), se desarrollen en escenarios de apariencia post-apocalíptica. Además de las fuertes resonancias emocionales e históricas que imágenes de esta clase generan, remitiendo por un lado a (reales o imaginarias) historias de vida y habitación de estos espacios, y por otro a escenarios catastróficos como conflictos bélicos y desastres naturales, esta segunda clase de ideas remueven a su vez memorias de inseguridad y/o dolor, y tal vez precisamente debido a la suma de todo ello es que la idea del abandono acabe transmitiendo, paradójicamente, una emoción de dos caras, causando en quien las ve tanto nostalgia como miedo e incertidumbre, o incluso, melancolía. Una segunda paradoja que surge a la hora de analizar la idea de incertidumbre, es que ésta probablemente no sea rehuida por el espectador, sino que podría ser incluso anhelada. La incertidumbre no necesariamente representaría una emoción negativa, sino que en ocasiones podría significar una especie de válvula de escape ficticia, un escenario cercano al término ‘Estado de la naturaleza’ discutido por Thomas Hobbes o John Locke. Un estado donde se ha diluido la noción de autoridad, de gobierno, de ley y de contrato social, y un regreso por tanto a un estado más primario de relación humana, natural y, otra vez, social. De nuevo, no es una casualidad que el incremento en el interés y/o atracción hacia esta clase de escenarios, surja en un momento histórico de gran incertidumbre, y en donde grandes sectores de la población expresan un gran descontento con el estado de las cosas, y el prospecto de futuro social, económico, ambiental, y hasta alimentario. En un mundo donde la privacidad es cada vez es más reducida, donde las formas poder y de control ejercidas por gobiernos y grandes corporaciones crecen y se multiplican, donde la disparidad en la distribución de recursos y oportunidades y por tanto la diferencia de clases sociales parecen incrementarse (y con ello las diferencias de poder), y donde los efectos de las políticas ambientales (o su ausencia) cada vez tienen
un mayor impacto tangible, la idea de un escape, una especie de tabula rasa, o una revolución cultural, parece representar un prospecto en ocasiones más atractivo que repulsivo, aún cuando esto suponga una verdadera catarsis/crisis humana -un sacudimiento a gran escala-. Todo esto es, por supuesto, en buena parte ficticio, y sin embargo ayuda a entender el aparente poder seductor de la idea de abandono. Se explicaría así también, porque este poder de seducción se multiplica a la hora de intersectarse con lo monumental. Es indiscutible que la arquitectura una y otra vez es utilizada como una encarnación física del poder. Las grandes pirámides, catedrales, los grandes monumentos a líderes políticos (en ocasiones auto monumentos), arquitecturas del sometimiento o las carreras por la altura del siglo XX y ahora del siglo XXI, son sólo algunos ejemplos de cómo el poder se ve reflejado en la arquitectura, y como la voluntad de unos pocos, o en ocasiones un solo individuo, puede dictar el porvenir de la construcción y transformación del espacio habitable y del territorio. Así, el abandono de lo monumental (o en el caso específico de los ‘espacios suspendidos’ un abandono prematuro, lo monumental inacabado), deviene entonces desde el punto de vista del poder que lo promueve una derrota, pero a la par representa también una especie de triunfo, de pequeño ejercicio de justicia, o incluso de esperanza, visto desde el punto de vista del ‘sometido’, o bien de aquel que no tiene acceso a ese concepto abstracto llamado poder. Un simbolismo que crece, irónicamente, de manera proporcional al tamaño de las aspiraciones originales de la construcción, o bien de manera proporcional al ego del indi
viduo, grupo o institución que la ha impulsado.
De este modo, estas construcciones se convierten en verdaderos monumentos, pero que ahora sirven para recordar algo distinto a su intención original. Un monumento que, de simbolizar las ideas tras las cuales fue concebido, como puede ser la demostración del músculo económico o del poder político de un líder o una institución, o la simbolización misma de progreso, pasa a simbolizar el abuso, el derroche, el retroceso o la mala planeación, o el motivo mismo de un cambio. Monumentos pues, que deberían servir como importantes lecciones, que a diferencia de la historia escrita, son recordatorios físicos, inmóviles, visibles, constantes y en ocasiones aún rescatables. Una especie de entropía encarnada, que sin embargo bien podría, en algunos casos, revertirse.
Esta posible reversión tal vez comience con otro acto simple pero igualmente emblemático: la reclamación, (re)apropiación y/o ocupación. Y es que el hecho del fracaso original no únicamente se trata, en ocasiones como el caso del complejo hotelero arriba descrito, de un verdadero milagro ambiental o una demostración de un camino que tal vez sea mejor evitar y por supuesto repetir, sino que la transformación de estos espacios, frecuentemente iniciada por una pequeña llama encarnada en quien se apropia de ellos, representa también una oportunidad, y visto desde cierto punto de vista, una esperanza, ya sea humana o natural.